sábado, 14 de enero de 2012

Ser guiri




Pantalón caqui por las rodillas, polo desabrochado, sombreritos para el sol, cámara de fotos colgada del cuello y sandalias. ¡Uy! Perdón, sandalias con calcetines. Ahora mismo, todos estamos dibujando en nuestra mente al típico turista.

Yo, que he vivido en Madrid durante toda mi vida, he visto millones de estos curiosos especímenes día tras día y, como experta que podría considerárseme en el tema debido a dicha hazaña, sé con toda certeza lo que piensa un nativo de la zona cuando divisa un turista: “¡Vaya pintas el guiri ese!” El guiri… Y lo mismo nos da que sea yankee, gabacho, inglés, alemán o de Liechtenstein que para nosotros todos son lo mismo: guiris.


Pero, ¿qué es lo que ocurre cuando es un español el que va al extranjero? Pues muy sencillo: al español lo mismo le da ir a la vecina Andorra, que a Gibraltar, que a la Conchinchina que jamás será guiri.

Me explico: te levantas una mañana de la cama y por no sé qué fuerza de la naturaleza tu cerebro piensa:”oye, pues podríamos ir a ver París”. Así que, ni corto ni perezoso, coges, empaquetas a tu familia y sacas unos billetes de avión para tus maletas y partes hacia la Galia.

Y te encuentras tú paseando en la tierra de personalidades del tamaño de Sarkozi, por los campos Elíseos, sintiéndote vencedor del Tour de Francia, imaginándote cómo quedarían tus lozanas carnes embutidas dentro del “maillot amarillo”, cubierto de aplausos y con dos francesas de pelo en pierna dándote un par de besos (o tres si se tercia) y un ramo de flores mientras tú piensas: “joder, soy todo un campeón, pero ahora en el botecito que mee otro o la liamos”

Y de repente, sin venir a cuento, un francés te saca de tus ensoñaciones porque resulta que dice, el hijo de la gran marsellesa, que le has robado la bicicleta. Te das cuenta de que sí, que vale, que tiene razón, que te has dejado llevar por la emoción y le has quitado la bici para hacer más reales tus sueños. Y, nada, decides adaptarte camaleónicamente al lugar y hacerte el europeo: le devuelves la bici y en tu más que perfecto y fluido francés le pides disculpas: “Desolé, desolé. Lo sienté, je suis muy arrepentidé” (todo esto gritando, que como no habláis el mismo idioma seguro que si le hablas a voces entiende mejor). Le besas los anillos, un par de reverencias y te vuelves hacia tu familia y, perdiendo toda la europeidad de la que acabas de hacer gala, lo dices, dices la frase: “malditos guiris de los cojones”. Porque da igual que el que esté en el extranjero seas tú, los guiris siempre van a ser ellos.

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